Castillo de Turaida – Parque Nacional de Gauja (Letonia)

Por el castillo pasan germanos, polacos, suecos y rusos, hasta  mediados del siglo XVII

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Es pleno verano en el letón Parque Nacional de Gauja, el mayor y más antiguo del país y donde se encuentra enclavado el castillo de Turaida. Los rayos del sol penetran el espeso follaje de sus altos árboles, ya libres de los últimos rastros del invierno. Los visitantes que se deslizaban suavemente por encima de la nieve y el hielo, vuelven a sus cobertizos para sustituir los esquíes por las piraguas, con las que surcar las tranquilas aguas del río que da nombre al lugar y discurre por el centro de sus casi 1000 km2.

 

Un poco de historia

Fotografías: ©2019 Marisa Ferrer P.

La histórica Livonia pasa por múltiples vaivenes políticos antes de convertirse en la República de Letonia después de la Primera Guerra Mundial. El majestuoso Gauja, inicia un sinuoso recorrido de casi 500 km, inicialmente hacia el nordeste, se asoma al país vecino, Estonia, durante unos cuantos kilómetros de frontera, y regresa hacia el sudoeste para ir a desembocar al Báltico cerca de la capital, Riga. A su paso por la región de Vidzeme, bordea el castillo de Turaida, una antigua fortificación medieval del siglo XIII, ocupada alternativamente por los Hermanos Livonianos de la Espada, más tarde integrados en la Orden de los Caballeros Teutónicos; así llega el siglo XVI con sus guerras intermitentes en las que el territorio se ve inmerso.

Por el castillo pasan germanos, polacos, suecos y rusos, hasta que a mediados del siglo XVII deja de ser utilizado con fines militares y permanece habitado hasta que un gran incendio mediado el siglo XVIII lo hace inhabitable. En el siglo XIX surge el interés arqueológico por el lugar y, a raíz de ello, se completa el recinto en el que solo habían sobrevivido la torre más alta, la semicircular y parte de la muralla, restaurándolas y siguiendo con la reconstrucción de algunas de sus edificaciones.

 

El entorno

Fotografías: ©2019 Marisa Ferrer P.

Vale la pena tomarse un tiempo para imaginar la vida en el entorno, y si la imaginación o los conocimientos fallan, el museo instalado en uno de los edificios ilustra con detalle al visitante interesado, antes o después de internarse en la torre de ladrillos rojizos visible desde lejos, despuntando poderosa por encima del verdor circundante. Una cómoda ascensión conduce a la altura suficiente para disfrutar de la panorámica impresionante del bosque partido por las centelleantes aguas fluviales que se pierden cuenca abajo.

Tal extensión de terreno es rica en flora y fauna, acoge entre su frondosa vegetación innumerables senderos por los que cabalgar o simplemente pasear, observar las escarpadas riberas de gres devoniano, explorar sus grutas o contemplar sus notables edificios como el granero, la antigua casa del administrador o el horno de secado de cereales.

Mención aparte merece la iglesia de madera, de las más antiguas de Vidzeme, reconstruida en el siglo XVIII siguiendo las técnicas de construcción tradicionales. Hábiles artesanos cuidaron de su perfecta disposición y decoración, consiguiendo que al entrar uno se sienta transportado al pasado. No siendo el clima más adecuado para las construcciones en madera, diversas obras de conservación consiguen mantenerla en perfecto estado. Catalina la Grande ordena remover las tumbas del cementerio colindante, de las que hoy solo queda una. Y ahí es donde la historia se confunde con la leyenda: bajo un enorme tilo una lápida recuerda a Maija, la Rosa de Turaida.

Fotografías: ©2019 Marisa Ferrer P.

La historia y la leyenda

En 1601 las tropas suecas asedian la fortaleza hasta conseguir asaltarla y liberar a los prisioneros después de una cruenta batalla. Apagado el estruendo de las armas Greif, un amanuense del castillo, se interna en las tinieblas de la noche en busca de supervivientes. En el silencio reinante un llanto desesperado lo guía hasta el rincón donde un bebé llora con desconsuelo; el anciano lo rescata del ya frío regazo de su madre muerta. El bebé resulta ser una niña y Grief decide adoptarla y paliar así la reciente pérdida de su hijo. Le impone el nombre de Maija Roze, Rosa de Mayo.

Pasan los años y la pequeña se transforma en una bella joven, conocida como la rosa de Turaida, cuyo corazón pertenece a Victor, uno de los jardineros del castillo de Sigulda, emplazado al otro lado del río. La cercana cueva de Gutmanis es el lugar de encuentro de los jóvenes enamorados cuando se reúnen al atardecer para sus escarceos amorosos. Pero la desgracia se cierne sobre ellos.

Al castillo llegan dos mercenarios desertores del ejército polaco, Jakubowski y Skudrizt, dos maleantes que merodean por la zona en busca de incautos a los que desplumar. Jakubowski se encapricha de Maija y al ser rechazado discurre un plan para citarse con ella por medio de una nota supuestamente escrita por Victor.

La joven se apresura a acudir a la cita, luciendo un pañuelo rojo regalo de su amado. Cuando llega a la cueva se da cuenta de la trampa tendida por el desaprensivo y no sabiendo como escapar a su acoso, apela a la superstición del hombre, convenciéndolo de las propiedades mágicas del pañuelo y animándolo a comprobarlo intentando degollarla con su espada. Maija pierde la vida pero conserva su virtud.

Victor es acusado del crimen y está a punto de ser ajusticiado, pero en el último momento Skudrizt lo salva con su testimonio de la inocencia del muchacho, declarando que su compañero de correrías ha sido el asesino y que, acosado por el remordimiento, se ha colgado de un roble.

Fotografías: ©2019 Marisa Ferrer P.

La historia perturba un poco cuando la cueva de Gutmanis aparece con sus inscripciones, testimonio de los muchos visitantes incapaces de vencer la tentación de dejar en su rugosa superficie el recuerdo de su paso. La suave melodía de un saxo, tocado por un veterano músico, acompaña las reflexiones inevitables en un escenario como este, plácido, tranquilo, hermoso.

Fotografías: ©2019 Marisa Ferrer P.

La última etapa del paseo, la colina Dainu y el Jardín de las Canciones, eclipsa las ensoñaciones sobre siglos pasados. Las modernas esculturas de Indulis Ranka ilustran la sabiduría del pueblo letón y su gran afición a las canciones populares, en homenaje a su recopilador, el popular folklorista letón Krišjānis Barons.

 

 

Marisa Ferrer P.

 

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