‘Les beaux jours’ – Desafío a la invisibilidad de la mujer madura
‘Les beaux jours’, está escrita y dirigida por Marion Vernoux, es una rara avis que se ocupa del desconcierto vital de una mujer de 60 años que acaba de jubilarse
[Cultura – Cine]
Hoy he vuelto a ver ‘Les beaux jours’. La vi en lo que va de octubre del 2013 a junio de 2014, no recuerdo bien la fecha. En este tiempo vi cuatro películas que me emocionaron de muy distintas maneras:
‘Philomena’ (Stephen Frears), ‘Calvary’ (John Michael McDonagh) y ‘Jimmy’s Hall’ (Ken Loach) que tocan directa o indirectamente el papel de la Iglesia Católica en Irlanda en distintas épocas y con distintas intenciones pero siempre enredada en las vidas de los irlandeses y no precisamente de la manera más feliz o redentora.
Me conmovieron por su sinceridad al repasar cuestiones de identidad cultural y social desde dentro; también porque sus respectivos argumentos engancharían a cualquiera que conociera de cerca la historia y las actitudes de la Iglesia en gran parte del siglo XX. Las tres dan para muchas y largas conversaciones de enjundia.
‘Les beaux jours’
Aún así, la película que más me impresionó fue ‘Les beaux jours’ —algo así como ‘Los días felices’— escrita y dirigida por Marion Vernoux. Y me gustó porque es una rara avis que se ocupa del desconcierto vital de una mujer de 60 años que acaba de jubilarse.
Y por supuesto, el hecho de que la protagonice Fanny Ardant añade dimensiones especiales al papel que encarna y a la historia que se nos cuenta.
Mis recuerdos fílmicos de Ardant van unidos a su trabajo con François Truffaut en ‘La femme d’à coté’ (1981) y ‘Vivement Dimanche’ (1983) en las que su belleza (definitivamente alternativa a la frialdad esculpida de Catherine Deneuve, por ejemplo) y su capacidad tanto para la comedia como para el drama hicieron mella en mí.
En ‘Les Beaux Jours’, como decía, Caroline (Ardant), mujer de unos sesenta (sin parecer haber pasado por el escalpelo del cirujano estético) se encuentra sin saber qué hacer con su vida después de una carrera profesional de dentista.
Sus hijas le regalan una temporadita de asociación a un club de jubilados —‘Les beaux jours’— para que encuentre cómo llenar sus días. De mala gana prueba a hacer yoga, expresión corporal, cerámica… y no consigue entusiasmarse con nada en particular.
Un asunto erótico sorprendente
Solo el encuentro con Julien (Laurent Lafitte), el instructor de programas de ordenador, la coge por sorpresa en más de un sentido: un hombre joven y atractivo que flirtea con ella. A partir de ahí, y a pesar de ser una mujer casada y con nietos, la relación se convierte en un asunto erótico sorprendente.
Desde el patio de butacas mis primeras reacciones fueron contradictorias. Por un lado, qué gusto ver que una mujer madura no sea invisible; por otro, qué pocas posibilidades de acabar bien tiene esta historia.
Mis placeres y mis temores se iban conjugando según se desarrollaba la película. Intentaba encontrar justificaciones manidas a porqué esta mujer se metía en un lío más erótico que amoroso sin pensar en las consecuencias.
No, Philipe (Patrick Chesnais) –el marido– no era un monstruo ni un tostón; de hecho, parecía un compañero estupendo y atractivo aunque no muy al tanto del cambio radical de la vida de su mujer.
‘Les beaux jours’ estaba lejos de ser un recuelo de ‘Madame Bovari’. Si se me hubiera venido a la cabeza alguna otra referencia literaria o fílmica, probablemente habría sido ‘El graduado’. Pero tampoco.
Lo que la relación erótica parecía darle al personaje de Ardant no era simplemente satisfacción a un hambre atrasada a la Anne Bancroft de ‘El graduado’ ni la avidez de romance y excitación producida por aburrimiento de ‘Madame Bovari’.
Sin duda, Caroline disfrutaba de cada encuentro, lo buscaba, lo deseaba pero no lo concebía como flotador en las aguas turbulentas o excesivamente calmadas de su vida. Sabía muy bien qué tipo de hombre era su amante (un empedernido ligón aficionado a la pornografía blanda) y no tenía proyectos a largo plazo.
Aventura extra-matrimonial
Uno de los momentos decisivos en mis lucubraciones ocurrió cuando el marido se da cuenta de lo que está pasando y se lo dice a su mujer. Las consecuencias de esta aventura extra-matrimonial se manifiestan de manera dolorosa:
Philippe también sabe que él ha envejecido, que no es un pimpollo ni tiene ya las energías para jugar el papel de reconquistador de su dama descarriada. Su desconcierto es dramático y, paradójicamente, le acerca a las causas del desconcierto de su mujer.
Por primera vez el marido se siente excluído, como si no existiera o como si ya no fuera relevante para la vida del matrimonio. Esta dolorosa realización le lleva a intuir lo que su mujer lleva tiempo sintiendo:
Hasta el momento de jubilarse la protagonista es alguien que se ve reconocida por lo menos a través de su profesión, después pasa a ser casi un bulto en su propia casa; la atención de un hombre joven parece significar un reconocimiento individual que hace mucho que no recibe.
Cuando Caroline, dispuesta a seguir la aventura con su joven admirador, decide organizar un fin de semana en Islandia y se encuentra con Julien en el aeropuerto, ve cómo otra mujer joven se interesa y atrae a su pareja.
En ese momento, casi a punto de abordar el avión, tiene una epifanía: ese viaje no va a ningún sitio y el equipaje más importante se lo ha dejado en casa. La ruptura entre Caroline y Julien no es dramática sino ponderada.
Vuelve ella a reunirse con su marido y los dos parecen dispuestos a reconocerse mutuamente. No estoy haciendo aquí la apología del adulterio, ni mucho menos. Me limito a constatar lo fácil que me resultó seguirle los pasos al personaje femenino, alinearme con ella.
Identificando una realidad familiar
Hasta aquí lo qué pasa en esta película. Pero es el cómo lo que nos lleva de un momento a otro identificando una realidad familiar, un drama que pocas veces se pone en escena con detalles visuales tan reconocibles como la organización de la casa del matrimonio, el cuarto de baño usado como sitio de reunión de tres generaciones de mujeres, el vestuario completamente normal y corriente de todos los personajes o la ciudad pequeña.
El lenguaje corporal de Ardant, su sentido del humor expresado a través de sonrisas o miradas, sus arreglos con el pelo suelto o en un moño, nos van contando tanto o más que la acción o el diálogo.
Casi todo ocurre en interiores en los que la protagonista intenta tener su lugar sin mucho éxito. La escena final ocurre en una inmensa playa donde los miembros de ‘Les beaux jours’ han decidido darse un baño a pesar de que el tiempo no acompaña.
Allí está también Caroline, un tanto renuente, y su marido que la anima, la abraza y se la lleva al agua literal y metafóricamente.
Qué pensé y qué pienso de la película
Hay críticos que han considerado esta película demasiado ‘light’, demasiado facilona y optimista; incluso se ha llegado a considerar a Philippe —el marido— excesivamente indulgente con la aventura de Caroline.
Mi interpretación va por otro camino. Philippe no es tanto un cornudo que consiente por miedo a perder a su mujer como un hombre que se da cuenta de que su participación tácita en un abandono amable, pero abandono al fin y al cabo, acabará convirtiéndole en invisible a él también.
La amenaza de perder a su mujer le hace darse cuenta de que se perderá él mismo. Prevalece en esta historia, pues, el cambio de la rutina que da todo por sentado y fijo a un amor generoso que los beneficia a los dos.
Película que me emocionó en su momento y que lo ha vuelto a hacer hoy al volverla a ver.
María Donapetry
Doctora en Filología Inglesa
Especializada en lengua, literatura y cine
Página de origen de la imagen:
allocine.fr
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1 – 30-06-2014