Samarcanda – En el corazón de la Ruta de la Seda
La superficie de la antigua Samarcanda aún conserva el reflejo del antiguo esplendor, patente a los ojos de los visitantes modernos que deambulan por entre los brillantes azulejos, las azules cúpulas y las esbeltas columnas.
[Viajes]
[Diarios de Viajes]
Se dice que la imaginación supera la realidad. Puede que sea cierto. La conocida como Ruta de la Seda era una antigua red de caminos sin nombre que unía Oriente con Occidente desde el s II a C. No fue hasta siglos después que adquiriría un nombre teñido de magia y mitología.
Quizá simple no es el adjetivo más apropiado para un entramado de caminos de más de 8000 km que, desde la ciudad de Chang’an (actual Xian) hasta Constantinopla (actual Estambul), fue la vía comercial entre Oriente y Occidente desde el s II a C hasta el s XVIII d C.
Durante 2000 años, largas caravanas de mercaderes emprendían este arduo viaje desde distintos puntos de Asia para comerciar. Y así como las abejas polinizan de una flor a otra, los comerciantes no solo intercambiaban mercancías, sino también ideas, costumbres y lenguajes. Pero sus trayectos eran parciales y peligrosos.

El oasis que todos ambicionaban
El área donde se halla Samarcanda es una encrucijada estratégica, un valle, el de Ferganá, rodeado de desiertos a cual más hostil.
Este lugar, por sus características, era como un gran oasis ambicionado por todos los imperios de la antigüedad, persas, griegos o partos. La de estos últimos fue la primera de las grandes invasiones provenientes de la lejana Escitia.
También conocidos como arsácidas, después de derrotar a los seléucidas ‘herederos’ de Alejandro, establecieron frontera en Siria con la República Romana, convirtiéndose en el eslabón que faltaba de la cadena comercial entre Oriente y Occidente.
Los griegos habían llegado hasta este valle, situado entre lo que hoy son Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán, y aunque la zona estuvo habitada desde la Edad de Bronce la nueva conexión facilitó en gran manera la comunicación antes casi inalcanzable entre pueblos orientales y occidentales.
Los conquistadores
Por ese territorio pasaron los más aguerridos ejércitos, comandados por los generales más ambiciosos. Ciro II encontró la muerte en combate en el siglo VI a C; en el IV a C Alejandro, un enamorado de las maravillas de Oriente, llegó hasta allí, se casó con princesas de origen persa y alcanzó el norte de la India.
Con los abasíes llegó el Islam en el siglo VII. La dinastía árabe quedó eclipsada por la llegada de los mongoles en el siglo XIII, con el fundador de su dinastía, Gengis Kan, a la cabeza.
Después de las habituales destrucciones y saqueos de las ciudades conquistadas, entre ellas Samarcanda, llegó la conocida como ‘paz mongola’, un periodo de cierta estabilidad y desarrollo económico durante la cual esa ciudad permaneció casi olvidada.
Muerto Gengis Kan, sus hijos se repartieron el territorio y la peste negra se abatió sobre la zona. Sin embargo, más tarde la destruida Samarcanda resurgió de sus cenizas gracias al fundador del imperio timúrida, Amir Timur, más conocido como Tamerlán.

El renacimiento de Samarcanda
Un personaje terrible, ambicioso e inclemente, que saqueó ciudades como Bagdad o Isfahán para evitar que su esplendor empañara el brillo de la que había elegido capital de su imperio.
Emprendió grandes reformas arquitectónicas y artísticas empleando a los prisioneros más cualificados para erigir fabulosas mezquitas, espléndidas madrasas y monumentales mausoleos, amén de respaldar proyectos culturales de todo tipo.
Contemplar las actuales construcciones da una idea de lo que debió ser entonces. No ahorró esfuerzos ni medios, con objeto de deslumbrar y atemorizar a quien pensara arrebatarle su dominio.
‘Si desafías nuestro poder, contempla nuestros monumentos’, reza una inscripción en uno de los palacios. No cuesta mucho imaginar la sensación de pequeñez que debían sentir quienes llegaban a la ciudad.
La arquitectura timúrida

Una muestra de la arquitectura timúrida es la mezquita de Bibi Khanum, nombre de una de sus favoritas, levantada a base de ladrillo y adornada con bellos azulejos de estilo babilónico, pero con un grado de desarrollo nunca alcanzado antes ni después; con otra característica añadida, la cúpula doble, más alta por fuera que por su interior.
Las ideas de Tamerlán eran más avanzadas que los materiales y conocimientos a su disposición y para pervivir han necesitado algún que otro ‘retoque’ contemporáneo.
El estilo timúrida tiene su principal exponente en el Registán. El nombre significa ‘lugar arenoso’, y fue el centro neurálgico de esta parte del recorrido de la ruta de la Seda.
Esta muy popular y muy visitada plaza es un característico conjunto de monumentos que forman las tres extraordinarias madrasas o escuelas coránicas que la circundan, la Ulugbek, data el siglo XV, las otras dos, Sher Dor y Tilla-Kari son del XVII.
Destacan también el mausoleo de su hermana, Shadi Mulk Aga; y el de Gur-e-Amir, que alberga los restos del propio Tamerlán y de su familia, entre ellos su nieto y heredero, Mohamed Sultan, muerto prematuramente en la trascendental batalla de Ankara, que significó la derrota del otro gran ejército del siglo XV: los otomanos.
Un antiguo esplendor

Un singular punto de interés histórico, algo alejado de la zona más visitada, es lo que queda del observatorio astronómico medieval de Muhammad Taragay, más conocido como Ulugbek, gobernador de Samarcanda y nieto de Tamerlán.
Construido a principios del siglo XV, a finales del XVI estaba prácticamente desmantelado y en los primeros años del XX se encontró parte del raíl donde encajaba el fenomenal sextante de más de 40 m de radio, utilizado por los astrónomos.
Donde antes se emplazaba el observatorio ahora existe un museo que lleva su nombre.
La superficie de la ciudad antigua aún conserva el reflejo del antiguo esplendor, patente a los ojos de los visitantes modernos que deambulan por entre los brillantes azulejos, las azules cúpulas y las esbeltas columnas.
De entre todas esas maravillas arquitectónicas, sin duda habrá quien busque en vano el gran palacio donde se supone debería vivir el gran señor del imperio.
Los jardines àulicos
Tamerlán, inmerso toda su vida en batallas y campamentos, no disponía de una residencia como la entendemos, o sea, un edificio suntuoso de acuerdo con su estatus, sino que plantaba su tienda en los jardines áulicos.
Estos espacios eran catorce jardines amurallados, en cuyo interior discurrían los riachuelos, manaban las fuentes y florecía la vegetación y donde residía cada una de sus esposas, sin distinción de rangos.
Tamerlán plantaba su tienda en el de la esposa que merecía su atención. Parece que no llegó a vivir en ningún palacio por su constantes idas y venidas guerreando.
Es una de esas ciudades milenarias que a pesar de los siglos transcurridos siguen evocando en la imaginación de los aficionados a la historia antigua imágenes de lujo, guerras antiguas y nuevas alianzas, reconstrucciones, aventuras y descubrimientos.
Este artículo es de libre reproducción, a condición de respetar su integridad y de mencionar a la autora y el medio.

Marisa Ferrer P.
eMagazine 39ymas.com
Todas las fotografías: © Mary Aragón
Ver:
> San Millán de la Cogolla – El monasterio de Suso
> Aveiro (Portugal) – La Venecia del Atlántico
> Los ‘urbex’ y visitas a lugares abandonados – Especial Hallloween
> Septiembre en Llafranc (Costa Brava) – Hotel Blau Mar
> Monasterio de Sant Pere de Casserres – Osona (Barcelona)
> Castillo de Calonge e Iglesia de San Martí (Girona) – Diarios de Viaje
> Salón Náutico Internacional de Barcelona 2025
> Finlandia – Nombrado por octava vez el país más feliz del mundo
> La ciudad de Cádiz, la Gadir fenicia – Diarios de viaje
> El volcán Etna – La fuerza y la cólera de la naturaleza
> Otoño en Valonia – Experiencias gastronómicas y senderismo
> Gastronomía en Palma de Mallorca – Trampó, tumbet o sopas mallorquinas
> Roma y vacaciones – Un encuentro inesperado para recordar