El tiempo – Las 24 horas de un día cualquiera

Los semáforos organizan el flujo de vehículos y personas, en la mejor expresión del tiempo regulado; rojo, verde, intermitente, ámbar. A veces, reducido a su expresión más esquemática; verde, rojo.

[Relatos

 

Despertar

Hoy pasaré todo el día pendiente del reloj, cronometrando el tiempo y desdoblada en dos sujetos: el que vive y el que piensa lo que esta sucediendo.

Despertar sólo lleva unos segundos pero hay que prepararlo. El despertador es la programación anticipada del fin del sueño y su zumbido enciende de golpe el sentido de actividad, de urgencia.

Un gesto tan breve concentra un sinfín de prioridades, de deseos y elecciones.

 

Reflexiones en el camino de ida: tiempo geológico y letargo vegetal

Todavía es de noche cuando salgo de casa para el trabajo. Al enfilar la carretera de Castilla, Madrid emerge enfrente, coronando el paisaje de laderas. Como lugar habitado, la ciudad se impone a las formas construidas por el tiempo mineral y geológico, por la solidificación de la piedra y el arrastre del agua.

La neblina lenta que sube de las vaguadas remite a un tiempo planetario anterior al de los seres humanos. La tierra es joven por comparación con el sol, su padre.

También entre los astros hay jóvenes y viejos. En ‘Las confesiones de un biólogo’, Rostand narra muy bien el agotamiento y muerte térmica de los planetas. Antes de que esa soledad llegue, ya no quedará nada de mí ni de los míos.

Hibernadas para la estación fría, las plantas están secas y grisáceas. Los letargos del tiempo vegetal son intermedios entre el ser y no ser. Tan visibles y quietas, las plantas son el espejo más próximo de los ciclos del tiempo. Entre ellas hay tal variedad de calendarios biológicos, que inquietan.

Los humanos queremos acceder también a la posibilidad de la hibernación y del letargo. Desde hace años lo intentan los científicos y los fakires.

Parece condición imprescindible para el avance de la medicina y para los viajes galácticos. Plantea problemas éticos y políticos, de representación, de identidad: pero llegará, estoy segura. Yo ya no lo veré, pero mis nietos o bisnietos sí. Incluso tal vez mis hijos, si los gobiernos apoyan los programas de investigación y no salen demasiados oponiéndose.

 

          Fotografía: © L. Sedó                                                              Fotografía: © S. Xambó

Trayectos

Los trayectos son rutinas del tiempo y el espacio, movimientos frecuentes de ida y vuelta. Tras el Puente de los Franceses, el campo se convierte en parque. En el borde de la ciudad encuentro el primer reloj-termómetro. O tal vez sea al revés: el primer reloj-termómetro marca el comienzo de la ciudad.

Hay mucha literatura sobre los relojes y muy sugestiva. El afán de medición, las escalas, la homogeneización de la mecánica, la precisión de los cronómetros. ¿Cuál será el límite de la homogeneización del tiempo, de los calendarios? Por ahora mantenemos calendarios y horarios diferentes, no sólo por países sino por franjas o husos. Una hora menos en Canarias. En Tokio, en este momento, ya deben estar cenando.

Llevo ahora dos minutos dentro del perímetro de la tarifa normal de taxi. ¿Seré ya más urbana? En el siglo XIII se decía que «el aire de la ciudad hace libre» porque los burgos concedían derecho de asilo y carta de ciudadanía a quienes llevaban cierto tiempo viviendo entre sus puertas. Los empadronamientos, las residencias, los permisos, siempre han tenido que ver con el transcurso de los años.

 

‘Transporte’, ‘Circulación’, ‘Transbordar’

Inquietud en la espera del autobús dieciséis. Hago recuento de los minutos invertidos habitualmente en llegar hasta Argüelles: nunca menos de media hora, rara vez más de una. La corona residencial de la ciudad es una función del tiempo de acceso que combina los factores de distancia, velocidad, tecnología y dinero.

Las palabras transporte y circulación son dignas de un ensayo. ‘Transporte’: más allá de la puerta. ‘Circulación’: círculo. Si hay un círculo, habrá un centro, un retorno.

¿Qué circula, y alrededor de qué? Es difícil determinar ese punto central o punto cero, y la confusión entre origen y destino se hace evidente en la estación trasbordadora de autobuses donde llegan, a riadas, cientos de personas apresuradas que van y vienen.

‘Transbordar’: como si los autobuses o el metro fuesen naves del Mare Nostrum. Los vehículos evolucionan más aprisa que el lenguaje y aunque más pendular que circular, la metáfora sigue aplicándose al tráfico.


Nueve y cuarto

Es hora punta en los accesos a la ciudad, pero dentro, el viario se desparrama y da cabida. Los atascos son excesos en la coincidencia del tiempo sobre el mismo espacio. Por eso prosperan los horarios flexibles y las promesas de tele-trabajo.

Los semáforos organizan el flujo de vehículos y personas, en la mejor expresión del tiempo regulado; rojo, verde, intermitente, ámbar. A veces, reducido a su expresión más esquemática; verde, rojo.

Una amiga me contó hace tiempo que un sobrino suyo muy desordenado, que gustaba de recoger cosas viejas, encontró en la calle un semáforo, y lo instaló en su propio dormitorio.

Es la imagen surrealista del desorden/ordenado; en medio de la previsible mezcolanza de sábanas revueltas, libros por el suelo, ropa manchada de deporte y restos de pan o cocacolas, el semáforo apagado preside el lugar. La metáfora es mejor y mucho más alegre que aquel fotograma célebre de Bergman de un  reloj sin manecillas ni horas.

 

El capital de tiempo

Cada sujeto, cada colectivo, dispone de un capital de tiempo limitado cuyo empleo -en la medida que le dejan- ha de decidir.

A estas horas, es muy visible la condición atareada y diligente de la ciudad. Pero hoy se me dio mal el trayecto de venida y llego tarde. ¿Cojo un taxi? Lo haría si no fuese que tengo bonobús y el taxi cuesta mil pesetas, seis euros.

El autobús tarda. Sólo faltan diecinueve minutos para que retiren la hoja de firma de la entrada, y las mil pesetas valen cada vez menos, o el tiempo más. Resisto. Por fin, el autobús llega y subo. La manecilla del reloj va avanzando; menos diez, menos cinco, menos uno.

Las diez y tres, y cinco. Al momento de bajar, y doce. Tampoco el autobús se me ha dado bien y apresuro el paso todo lo que puedo. Por quinientas pesetas el trayecto sí habría cogido el taxi: pero mi tiempo y mi riesgo (hoy, al menos) no valen lo que cuesta.

Los nervios y el estrés, ese calor en el estómago y esa sequedad en la boca, sólo han aflorado entre las diez menos cuarto y las diez y cuarto. Antes, todavía había esperanza de que el tiempo alcanzase; después, ya no tenía remedio. Tras el umbral simbólico de la retirada de la ficha, el tiempo se homogeneiza y deja paso, de nuevo, a un ritmo lento.

 

La disponibilidad

El trabajo asalariado es tiempo vendido. Por eso importan tanto las cláusulas temporales; de duración (fijos, indefinidos, temporales, a término, por horas,…), de ritmo, de horario, de etapas y plazos en cada función o categorías, de control de presencia, de reconocimiento del tiempo como ordinario o extraordinario.

El tiempo tasado, objeto de la relación contractual, se cambia por contrapartidas de dinero u otros recursos. Hasta el café y el lavabo consumen tiempo y están reglamentados.

Algunos oficios que requerían disponibilidad casi permanente han desaparecido; por ejemplo, los porteros urbanos y los pastores. En estas condiciones sólo quedan las amas de casa, porque son mujeres y trabajan para su familia.

La disponibilidad es hoy un requisito de altos cargos, los que no quieren o no pueden ofrecerla tienen menos posibilidades de ascenso. Otra forma de disponibilidad son las cadenas de trabajo continuo, en tres turnos.

También existen las guardias y los pluses de exclusividad por el monopolio en la compra del tiempo. Límites en el tiempo diario o semanal exigible, pautas en las interrupciones o descansos, prolongaciones de jornada. Y en lo referente al descanso, tiempos de vacaciones, festivos, puentes, excedencias y permisos.

La jornada de cuarenta horas tiende a reducirse, pero los períodos de formación se alargan y la edad de acceso al empleo se retrasa. Probablemente, también se retrasará la jubilación. Ahora es obligatoria pero hay asociaciones que piden dejarla libre.

Todo el lenguaje laboral está impregnado del deseo de acotar y medir el tiempo cedido. ¡Qué distinta actitud hacia el tiempo la de quien se ocupa en lo que quiere y disfruta con ello! Ahora me doy cuenta de que ya he pasado por muchos horarios y tipos distintos de relación entre mi tiempo, mi trabajo y mi vida.

 

Mediodía

Mediodía es una de las palabras más bonitas que conozco. Suena a luz, a descanso y buena compañía. Durante muchos años, también convocó sonidos reales: el del ángelus en las campanas de la iglesia o los doce sones solemnes y retumbadores en los relojes de la torre, de pared y de caja.

Ahora los mediodías son silenciosos, digitales y descolocados respecto al horario solar. La interrupción de mediodía sucede a distintas horas. En las guarderías hacen pausa a las doce. En los hospitales a las doce y media. Los albañiles y los colegios a la una. Los comerciantes y muchas familias, a las dos y media. Los de jornada continua, a las tres. Los correturnos y los que están de guardia, cuando pueden.

El horario español sorprende a muchos extranjeros por lo tardío. En parte se debe al calor del verano y a la conveniencia de evitar las salidas en horas centrales.

En el pueblo de mi padre, las mejores tertulias aún se hacen a las puertas de las casas en verano, cuando se enfrían las piedras y el aire quieto se levanta en brisa.

Se llaman serranos y agrupan públicos de todas las edades, desde chiquillos a abuelos. La aplicación de la tecnología del frío a edificios y vehículos, junto con la rapidez del transporte y otros cambios organizativos, está alterando los horarios tradicionales.

En verano no se ha impuesto, salvo en el comercio, la jornada continua; y los gobernantes han conseguido cambiar los horarios por el sencillo procedimiento de adelantar los relojes.

 

La tarde

El trabajo de tarde en mi oficio es distinto del de la mañana. No hay tantas gestiones, y parte de los empleados no vuelven después de comer. Es un tiempo corto, pero al menos en algunos casos, muy productivo.

A la salida me asalta casi siempre la misma duda: o disfrutar las opciones que la ciudad ofrece o volver corriendo a casa. Hoy decido comprar fruta en el mercado próximo, porque ya no queda. en el puesto de Martín, que es barato y cierra tarde, se congregan muchos parroquianos de cartera exigua y paciencia larga.

Abundan los pensionistas, madres de familia numerosa e inmigrantes de todos los colores. Cuando me tocó mi turno eran casi las ocho, todavía quedaban en la cola varias personas y ya estaban limpiando los pasillos.

Cuatro kilos de mandarinas, chirimoyas, manzanas y puerros me ha costado solamente 2’25 euros, pero estuve más de media hora de pie esperando.

En otro puesto más elegante habría tardado la mitad y hubiese costado el doble: esa pequeña diferencia es el valor que asignan a su tiempo los compradores que aguantan ante el mostrador del frutero.

El tiempo perdido en colas y esperas no se refleja en la Contabilidad Nacional. Pero sólo un tercio de la carga global de trabajo se corresponde en España con el tiempo vendido en el mercado laboral.

                         Fotografía: © S. Xambó

La santísima cena

El final del día es tiempo familiar. Tiempo para hablar, para contribuir al rito colectivo del consumo y para recibir el poderoso mensaje de la televisión.

La cena, que durante siglos fue un momento culminante en la estructuración de la vida familiar y colectiva, se diluye. Cede paso a la bandeja individual y al microondas. El frigorífico se ofrece sin llave para paliar la fragmentación de las dietas y horarios de cada uno.

 

Llega la noche

Cuando las jornadas de dentro y fuera se suman, la noche comienza muy tarde. Es a las once o a las doce, a veces más tarde aún, cuando termina el tiempo de las obligaciones. Sólo entonces, en conflicto con las exigencias del sueño, empieza en realidad el tiempo disponible para sí, el tiempo libre y propio.

Aunque el día se inicio con la promesa de veinticuatro horas, apenas queda ya nada. Ha llegado la frontera dudosa, el momento indeciso de la madrugada. La última opción del día: o escribo la crónica, o descanso y lo deja para mañana. Pero ¿será mañana un día distinto, más tranquilo?

Hace tiempo que los radiadores están apagados. El leve crujir de las maderas es el sonido de la noche y del frío. La lámpara traza un círculo iluminado. Si quiero asegurarme la escritura, tiene que ser ahora. Mañana no va hacer falta que el timbre me despierte a las siete.

 

 

María-Ángeles Durán
Catedrática de Sociología
Profesora Investigación CSIC

Artículo publicado en el nº 24 (primer trimestre año 2002)
de la revista meridiam del Instituto Andaluz de la Mujer.

Origen de las imágenes:
© L. Sedó
© S. Xambó
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© S. Xambó

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1 P. 09-12-2002