Escapada en pos del arte III – Madrid: Museos Thyssen Bornemisza y El Prado
[Viajes]
Ni una sola nube flotaba por el intenso azul del cielo madrileño. Al salir de Atocha pudimos comprobar que nuestras previsiones en cuanto a temperatura no se adaptaban a lo encontrado. La primavera parecía haberse instalado con firmeza antes de las fechas previstas por los meteorólogos y todo parecía brillar como dándole la bienvenida.
Los quince minutos de retraso en la salida habían sido recuperados y llegamos como estaba previsto, a la hora de comer. El jefe de la expedición nos había dicho: para no perder tiempo buscando, comeremos en la misma estación un menú, en un pequeño restaurante muy agradable. Y sí, era un lugar muy agradable situado cerca de la vegetación medio tropical que decora el vestíbulo, pero sin menú. Seguramente les salía más a cuenta solo carta ya que el sitio estaba realmente bien y la clientela parecía no faltar.

Fotografías: ©2015Marisa Ferrer P.
Después de un ágape ni tan sencillo ni tan barato como esperábamos, emprendimos el ya conocido camino hacia el hotel, que aunque distinto de las otras veces estaba situado como siempre en las cercanías de los museos que íbamos a visitar. Mientras arrastraba mi maleta y digería el suculento almuerzo, reflexionaba sobre la influencia del clima en la percepción de gentes y arquitectura, tan distintos de la anterior visita durante la que la lluvia y el frío fueron nuestros principales anfitriones.
Llegamos sin novedad y después de un breve descanso empezamos por visitar la exposición temporal de la Galería Thyssen, dedicada a Raoul Dufy, un pintor francés que a partir del cincuentenario de su muerte ha gozado de una cierta revalorización aunque su presencia en España haya sido más bien escasa.
Amigo de Bracque, admirador de Renoir, deslumbrado por Matisse, quien por cierto parece que no correspondía a su devoción, Doufy fue un artista multidisciplinar, que además de pintor se atrevía con la cerámica y el diseño de estampados. Para mí fue sumamente atractiva la evolución que presentaba la exposición; era como un compendio de los distintos estilos de pintura: impresionismo, fauvismo, expresionismo, cubismo… me daba la sensación de que estaba ante un seguidor puntual de las tendencias más modernas de su tiempo en lo que a pintura se refiere. Sus temas marinos, tanto de regatas como de acontecimientos sociales, combinados con sus perspectivas a través de ventanas y rejas, daban paso a delicados paisajes o detallados escenarios arquitectónicos llenos de colorido. Su teoría del negro como el summun de la luminosidad cuando su raudal deslumbra al espectador, me desconcertó.

Fotografías: ©2015Marisa Ferrer P.
Al contemplar las piezas de cerámica y los estampados destinados a la confección de prendas de alta costura, ignorantes muchas veces las usuarias de la identidad del autor de tan excelente diseño, me parecía estar viendo la obra de otra persona. Pero era la misma, alguien para quien el color y sus infinitas combinaciones no tenían límites. Hasta que contrajo la cruel enfermedad que acabó con su vida y que quizá le hizo utilizar el negro más de lo habitual, quien sabe si presintiendo su final.
Cuando salí de nuevo a la calle mi retina siguió por unos momentos impregnada de aquellas en apariencia simples manchas de color, distribuidas tan sabiamente como para comunicar la paz de una playa solitaria o el jolgorio de una competición deportiva.
El consabido paseo por el centro repleto de gentes, apresuradas unas y embobadas otras, desembocó en el restaurante de tapas donde cenamos envueltos en el murmullo de conversaciones regadas por una bodega de vinos excelentes. De vuelta al hotel, la antigua diosa Cibeles nos contemplaba impasible desde la altura de su carro tirado por leones.

Fotografías: ©2015Marisa Ferrer P.
Al día siguiente, Goya nos esperaba para darnos una lección de maestría en la interpretación del mundo que le tocó vivir. La exposición temporal de El Prado nos mostró muchas de las pinturas del maestro agrupadas por temas. Los juegos, el de pelota, el de la gallina ciega, los naipes y sus consecuencias negativas, la caza, las fiestas campestres, las estaciones… Junto a ellas, obras semejantes de Tiziano, Rubens o Brueghel el Viejo entre otros muchos, daban al público la oportunidad de comparar su visión de escenas parecidas, dando lugar a un interesante contraste.
Satisfecho nuestro deseo de arte, nos quedaba ya solamente el placer de pasear por las amplias avenidas adyacentes, El Retiro o buscar el contraste en las estrechas calles de Chueca, disfrutando del ambiente junto a quienes dedicaban la tarde del sábado a contemplar las piruetas de los malabaristas callejeros mientras tomaban un refresco en las agradables terrazas y bares que se abrían por doquier.

Fotografías: ©2015Marisa Ferrer P.
Al día siguiente nos emplazamos en la Plaza Mayor, centro neurálgico donde se juntan los madrileños aprovechando su tiempo libre, entretenidos ante las imposibles posturas de las estatuas vivientes; los turistas inmortalizados por la cámara como bailaoras o toreros; los niños boquiabiertos ante la cabra que luce un pelaje insólito o el hombre invisible que departe amigablemente con quien desea una fotografía junto a él. Bajo los blancos parasoles de los bares, pululan los camareros con sus bandejas en equilibrio a veces mágico y los vecinos de las casas circundantes aprovechan la calidez del día para, a su vez, observar a los paseantes que, cámaras en ristre, se llevan convertidas en bits las pinturas de las fachadas o la imagen de un artista callejero.

Fotografías: ©2015Marisa Ferrer P.
El tiempo, imparable en su avance, nos recuerda el deber de regresar por donde hemos venido y así nos encontramos de nuevo en la confortable butaca del tren que no devuelve a toda velocidad a nuestro hogar, con el recuerdo de otro apacible fin de semana artístico.
Marisa Ferrer P.
Madrid, marzo de 2015
Ver:
Escapada en pos del arte II – Madrid: Museos Thyssen Bornemisza, Joaquín Sorolla y El Prado
Escapada en pos del arte I – El Hermitage en el Prado
