Sony World Photography Awards
Fundación Colectània, Barcelona (España)
«Presentación en España del «Sony World Photography Awards»
19 de julio
Si lo que esperáis es encontrar información sobre lo que ha ocurrido esta noche en Colectania, tendréis que buscar en otro sitio.
La cita era a las 21.30. Llego puntual a la calle Julián Romea, número 6. En la invitación rezaba: «Presentación en España del «Sony World Photography Awards», uno de los premios de fotografía de más prestigio internacional».
Para mi sorpresa, cuando llego a la terraza (todavía faltaban diez minutos para las nueve y media), un gran número de personas charlaban animadamente. Quizás me había confundido. Doy un vistazo y compruebo aterrada que todo el mundo conoce a todo el mundo. O al menos eso parece. Disimulando con mi humilde cámara de bolsillo, voy ensayando alguna instantánea. Pero lo que me temía, sucede. La luz se esfuma por arte de magia y tengo que usar el flash. Lo he intentado. Nada que hacer. Me relajo y me dirijo hacia la barra. Una copa de vino blanco me sentará de maravilla. Copa en mano, elijo un asiento al azar, mi refugio. A mi lado, un joven aparentemente despistado pero que parece contento. Al final me armo de valor y le disparo:
«No conozco a nadie» -le digo.
«Yo tampoco. Bueno, sólo a algunos»
Entonces le comento que no entiendo como siendo la cita a las nueve treinta, está todo tan animado. Me dice que en realidad el evento ha comenzado a las siete de la tarde, que han hablado los ganadores del primer y segundo premio y que también ha dirigido unas palabras al público asistente el director de Colectania, Pepe Font de Mora.
El hombre mira mi cámara como si de un juguete se tratara. O al menos, eso creo yo. Mis problemas con el flash continúan. Se lo cuento. Entonces mi samaritano me dice: «A ver?». Me cuenta que tenía el flash en una posición que no era la correcta. Con la correción he conseguido algunas fotos aceptables. Luego me ha parecido que el flash perdía potencia, pero afortunadamente ha sido cuando ya tenía algunas instantáneas para ilustrar el evento.
Regreso de mi safari y le digo lo mucho que le agradezco su ayuda. Sonríe y me dice que su trabajo consiste fundamentalmente en enseñar cómo funcionan las cámaras fotográficas:
«Pero, mujer!, te has gastado muy poquito con la tuya!».
Se lo digo y me contesta:
«Pues eso. Que con tres o cuatrocientos euros ya tienes una que no te da ningún problema».
«Ahora no estoy para gastos. Además, yo sólo soy periodista».
Me informo que el ganador del segundo premio es David Airob, en la categoría de arquitectura, por una serie de fotografías sobre el Centro Cultural Oscar Niemeyer de Avilés. Lo capturo. Improviso una entrevista y me cuenta que para él constituye una gran satisfacción el galardón. Comenta que éste es uno de los premios más importantes de fotografía a nivel mundial y que, a pesar de que no hay ninguna recompensa económica, está feliz.
Identifico al ganador del primer premio, chivatazo del hombre que me graduó el flash pero, entre una cosa y otra, le pierdo la pista.
Sea como fuere, el hombre experto que siempre sonreía, desapareció de mi lado y me dejó a oscuras en una noche caliente y húmeda. A las diez el cielo se tornó rojizo, típico cielo de verano en Barcelona. Las pantallas instaladas en la terraza de la Fundación Colectania repetían sin aliento imágenes imposibles de recordar. Como fondo: «Sony World Photography Awards», a la manera de un «Gran hermano». Rostros, paisajes, colores, negro, blanco, dolor, felicidad, vida, muerte, guerra, paz, duda, amor, odio, certeza, tiempo…
Mientras paseo por el suelo de madera, mis tacones se encajan peligrosamente por las rendijas. Disimulo que me cuesta andar con garbo. Carpeta y boli en mano me dirijo hacia Pepe Font de Mora intentando averiguar el nombre del ganador.
Pepe viste de blanco, con tejidos frescos de noche de verano. Nuevamente ejerce de anfitrión y habla con todos y atiende amable a todo el mundo. Me cuenta que la cita era a las siete pero sólo para los socios de la Fundación. Protesto y me anima a que colabore. Le pregunto por el primer premiado y me aconseja que busque información en la web de Sony. Yo únicamente quería averiguar su nombre para cruzar unas palabras con él, aunque tan avanzada la noche pienso que probablemente, casi a oscuras, sería imposible identificarlo. Sólo la luz de las pantallas de televisión me recuerdan que tras ellas se esconden cientos de fotografías y cientos de historias.
Una de ellas, quizás, la de esa camarera que me ha confundido con una tal «Patricia». Me ha dicho que me guardaba «mi» copa de vino blanco, «fresquito, fresquito». Le he contestado que yo no era Patricia, pero me ha parecido que le daba igual. ¡qué iba a decirle yo! Así que la he seguido mansamente a buscar la copa de de «la otra», que ahora era mía, hasta la barra: vino blanco helado que ha sido el primero en volar. Una señora con acento extranjero ha protestado: «¡Os habéis quedado cortos con el vino blanco!». Con esta ya sumaba dos copas. Con toda seguridad, no me hubiera tomado la segunda si yo «no hubiera sido Patricia» pero ¿cómo iba a llevarle la contraria a tan eficiente camarera? No quiero ni pensar en el disgusto que se habrá llevado la verdadera propietaria del vinito cuando ha ido a por su copa. Tampoco me imagino el desespero de la camarera al darse cuenta de su error. Pienso que ese momento seguramente bien hubiera valido una instantánea.
Cuando regreso a mi banco de camuflaje, se sienta a mi lado una mujer discreta. Parece que tampoco conoce a demasiada gente. Le lanzo un disparo amable. Me cuenta que su padre es catalán y su madre italiana. Desvelo el misterio de su acento. Hablamos de todo y de nada. De su amada Italia (que tuvo que abandonar por motivos familiares hace tres años), me habla de Venecia. Me convence de la necesidad de visitarla y de lo feliz que yo sería allí. De lo feliz que fue ella allá. Me aconseja rutas por la zona y me propone que, cuando vaya, sea en calidad de turista, pero también de viajera. Que olvide los mapas, que me pierda. A lo largo de una hora fluye una conversación tranquila y suave. El acento italiano de Josi, se acopla al catalán en una especie de montaña rusa, arriba, abajo, un vaivén hipnótico y cautivador. Josi va desgranando nombres cartográficos con música y yo me dejo llevar por el canto. Intercambiamos información sobre trabajo, ciudades, paisajes, sueños y realidades. Me cuenta lo que le gustaba su trabajo anterior (relacionado con los viajes) y de lo poco que le motiva el actual: «¡Pero hay que pagar el alquiler!» -se resigna. Acabamos hablando de fotografía y hasta me muestra algunas de las suyas en su Ipod. Son buenas. O, al menos, a mi me lo parecen. Poco a poco, cae la medianoche. Josi y yo apuramos nuestros cigarrillos. Ya en la calle, en Travessera de Gràcia, Vía Augusta, nos despedimos. El viento húmedo ha encrespado mis cabellos. Lo sé, aunque ignoro desde cuando persiste el desastre. La brisa de las doce se lleva a Josi volando: «en bicicleta» -me dice, hasta su barrio, en dirección contraria a la mía. Como despedida su sueño: ganar el premio gordo de la lotería y dar la vuelta al mundo con la mejor cámara.
Sueño de una noche de verano.

marina.torne@gmail.com
Barcelona, 19-07-2012
Todas las fotografías: ©2012 Marina Torné
